martes, 2 de septiembre de 2008

El último adiós (Si de mí dependiera)

“Si de mí dependiera, rebobinaría, como poco hasta esta mañana, y volvería con algunas flores” pensó Milo mientras miraba a su alrededor… las manos sudorosas y extremadamente sucias en alto sujetando un arma, la camisa blanca a rayas volviéndose roja por momentos, un montón de agujeros apuntando hacia él tras hombres y mujeres uniformados que no se perdían ni uno sólo de sus pestañeos. Dispuestos a disparar, a atraparlo… y Milo sólo pensaba en esas flores que dejó sin comprar cuando caminaba hacia el trabajo aquella mañana a las 7:20. No tenía sentido alguno, en ese momento se sintió confuso, sin saber muy bien qué había sucedido desde ese momento que ahora recordaba tan lejano…

Intentó recordar… prácticamente en vano, los recuerdos le dolían, le escocían en la herida que seguía sangrando desde su hombro izquierdo. Las manos ya le pesaban y las bajó poco a poco, los policías se inquietaron casi simultáneamente, parecían protagonistas de un ballet, movimientos cortos, sencillos, coordinados… bellos.

Cerró los ojos y vislumbró en su mente el rostro demacrado de un vendedor tras su desolado mostrador, le tendía en una mano aquella pistola que ahora mismo Milo sostenía aún fuerte en su mano derecha, dispuesta a disparar y comenzar el caos de un momento a otro. Pero mejor era esperar… los segundos pasaban lentamente, cada uno parecía una eternidad… la gente rehuía la escena, algunos pocos curiosos cuchicheaban desde detrás de la línea marcada por la policía.

Milo no abrió los ojos, seguía haciendo esfuerzos por recordar el comienzo de todo lo que estaba ocurriendo. Vio una pelea con una mujer hermosa, escuchó un grito desgarrador y alguien le disparó en la lejanía, no pudo verle el rostro.
También vio una nota sobre papel amarillento pequeña, escueta, escrita a cargo de una mano temblorosa cuyo trazo era algo difícil de leer. Apretó los ojos con fuerza, casi le dolían y pudo releer aquella nota:
“No me volverás a ver, me marcho para siempre. No venga
s a buscarme”

Sus ojos azules se inundaban despacio pero concienzudamente, él nunca lloraba pero aquello había sido demasiado. Claro que iría a buscarla, claro que intentaría aclarar las cosas… difícilmente, pero el problema es que él la quería, y ella aún a él, a pesar de los pesares.


A un lado el Ayuntamiento de la gran ciudad, al otro uno de los múltiples bancos que habían conseguido hacerse un hueco en ese complicado mundillo empresario, ventanas estrechas y altísimas, desde el suelo hasta el cuarto piso toda una cristalera permitía ver el interior, cada despacho que daba a la calle, cada trajeada persona pegada a los ventanales observando la escena que transcurría a tan pocos metros, en medio del cruce. Una de aquellas personas permanecía pegada a su enorme ventanal, con su traje bien planchado, su pelo delicada y perfectamente peinado, su hermosa sonrisa oculta en una expresión de horror y llanto, llanto inundaba sus ojos. Milo la miró solamente durante un segundo e, instintivamente, quiso acercarse y rozar aquella mejilla que estaba sufriendo, pero sabía que no podía. A cada paso que dio los policías le gritaban que se detuviera… así que lo hizo, se detuvo, alzó su mano izquierda llena de sangre y saludó a aquel ángel que lloraba tan cerca y, a la vez, tan lejos de él.
Ella le devolvió el saludo y se alejó corriendo del cristal. Milo acercó el arma a su cara y suspiró, sollozando como no lo había hecho jamás en toda su vida, lloraba derrotado, cansado, desolado, acabado… sus dedos se movían rápido de repente. Un policía, con pinta de ser el superior del resto, le gritaba que no hiciera locuras, que tirase el arma y nadie saldría herido.
¿Herido? Él ya lo estaba, le dolía el ho
mbro, le ardía el corazón en el pecho, le costaba incluso mantenerse en pie pero lo hacía. Apretó un poco el gatillo puesto sobre su frente y todo quedó en silencio en medio de un incesable caos sonoro.
Se abrió una puerta con un fuerte golpe y ella salió del edificio corriendo justo a tiempo para ver como el sonido del disparo retumbaba en cada centímetro de cada ventana de cada edificio cercano. Gritó, su alma se desgarró, dos policías la sujetaron por ambos hombros y la dejaron caer de rodillas sobre el suelo de gravilla.

















Se lo dedico a Jago por ser quien me ha dado prácticamente toda la idea. ¡Gracias nene!

DaRk_AnGeL
2 de Septiembre de 2008
[Frase de HÉCATE]


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Gritar, que tu alma se desgarre y caer de rodillas sobre el suelo de gravilla... Bajo mi punto de vista es una descripción mejor que buena de lo que sería el verdadero dolor...

Un besote! ;)

wannea dijo...

Me ha molao xD lo que no entiendo muy bien es la diferencia de color, supongo que te referias a lo que vivia él y a lo que vivía ella no? por lo demas muy bien descrito, me podia imaginar paso a paso todo lo que describias bessos!!

Rebeca Gonzalo dijo...

Una vez más has conseguido enternecerme. Tus historias casi siempre tienen un toque de nostalgia y de amor o de desamor que al fin y al cabo es la otra cara de la moneda. En fin, me ha gustado porque además con policías y sangre parece de una novela negra. ¡Enhorabuena!

400eurista dijo...

Ieeeee!!!!
Justo empezamos en esto, sólo pasamos para saludar y dar a conocer nuestro blog:

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