NADIE MÁS
Me gusta contar las palabras y hacerlas bailar para ti en tardes como esta en que de no ser por la cercanía del mar nadie podría vernos aquí. De todos modos, nunca pasa nadie por este abandonado rincón de la costa gallega. Es un tesoro que hace años encontré e inspeccioné con gran entusiasmo, un lugar escondido y precioso, lejos de cualquier muestra de humanidad.
Aún recuerdo la primera vez que te traje aquí, justo donde ahora estoy yo sentada. Me cogiste de la mano mientras caminábamos juntos entre los árboles y yo sentí un cosquilleo que erizó cada milímetro de mi piel; me daba apuro mirarte así que no lo hice durante largo rato aún mientras seguíamos hablando, luego me arrepentí porque de reojo te observaba y tu sonrisa me estaba llamando, me deslumbraba incluso sin llegar a verla del todo. Tú al principio no confiabas en que yo supiera el camino entre los árboles del extenso bosque, poco a poco yo te fui dando confianza, había recorrido cientos de veces aquel bosque antes de que tú entraras en mi vida, ¿por qué habría de perderme a esas alturas?
Paramos a hacer un descanso. Yo me senté en un tronco grueso y caído en medio de dos árboles muy altos, tú te me sentaste enfrente sin apartar la mirada, sin apartar tu increíble mirada que me hacía estremecer, que me hacía soñar que nadaba en ellos y me encontraba con cangrejos rojos, peces de colores y hermosas sirenas.
Me pediste que te hablase del lugar, yo al principio me negué pues en cosa de una hora lo verías por ti mismo, pero insististe tanto que lo hice y, sólo por ver cuán interesado estabas en mis palabras, no callé hasta estar bien cerca del final del bosque.
A nuestro alrededor, en el último tramo del camino, pudimos ver cervatillos, simpáticas ardillas, alguna pequeña culebra que me hizo apretarte la mano más fuerte… y un sinfín de pájaros que desde lo alto, apoyados en las finas ramas, cantaban para nosotros, sólo para nosotros y para deleite del bosque en su conjunto. Era una sinfonía espectacular, hermosa como sólo la naturaleza puede ser.
Y por fin llegamos, estábamos a 30 pasos y te tapé los ojos con mis manos. Iba guiándote hacia delante, pegada a ti, podía sentir tu calor, tu corazón latiendo muy fuerte, casi lo oía como si estuviera en mi pecho y eso me hacía sentir bien, te sentía tan cerca… ya casi eras parte de mí.
Un último helecho y ya estábamos. La claridad se hizo casi insoportable después de la oscuridad del bosque. Dos pasos más… y ya estábamos. Te aparté las manos de los ojos y los abriste por fin y permaneciste allí quieto, con la boca semi-abierta sin poder cerrarla, con todos los sentidos a flor de piel… escuchando aún a esos pájaros cantar; percibiendo el olor a mar, a hierba fresca, a naturaleza en su pura esencia; observando cada tramo de aquel paisaje para intentar memorizarlo y retenerlo en tu retina para siempre; estremeciéndote con cada soplo de aire que llega a tu piel. Allá abajo la playa virgen con sus rocas, sus pequeñas cuevas, sus increíbles acantilados haciéndola aún más hermosa… la arena fina, el agua clara y azul como tus ojos…
Me miraste, aún boquiabierto, y me cogiste ambas manos para ponérmelas en tu cara, húmeda por las pequeñas lágrimas que brotaban de tus ojos cristalinos. Te aparté las lágrimas, rocé tu mejilla y me enamoré de ti como la primera vez que te vi en la lejanía. Sonreíste y me acercaste a ti, tu boca en mi oído, mi corazón que quería salírseme de la boca, tu piel sufriendo pequeños escalofríos que ni siquiera te molestabas en disimular… y me susurraste al oído “Quiero contar cada palabra a partir de este momento”. Y me besaste.
Por primera vez. Como si el mundo se fuese a terminar en aquel instante, como si el suelo que pisábamos se fuese a desprender de un momento a otro. Me apretaste fuerte contra ti y me abrazaste con todo el calor que eras capaz de dar, un abrazo eterno…
Y ahora aquí estoy, son mis lágrimas las que bañan esta playa cada tarde, recuerdo esas palabras que contamos durante 4 años, cada día, cada noche, cada amanecer, cada anochecer… cada instante que me sumergía en tu mirada y me dejaba llevar.
Tu enfermedad llegó de repente, sin avisar, como todo lo malo… sin dar tiempo a reaccionar y, antes de que nos diésemos cuenta ya nos estábamos despidiendo. “Nunca llevaré a nadie más a nuestro lugar” te susurré antes de besarte por última vez. Me sonreíste y el mundo se hundió bajo mis pies.
Ahora ha pasado un tiempo y cada día vengo hasta aquí, me quedo en el mismo lugar donde nos besamos por primera vez, de pie. Me pongo a recordar tus palabras, las cuento, todas y bailo para ti, porque sé que desde donde estés puedes verme, tú y nadie más, porque nadie más conoce este rinconcito perdido en el mundo, nadie más que tú y yo para siempre.
DARK ANGEL
8-8-08
[Frase de Jara]